domingo, 9 de mayo de 2010

Comentario al cap. 2.48 de don Quijote

                    Don Quijote malferido con la dueña doña Rodríguez: grabado de Gustave Doré

Con leer las dos primeras frases de este capítulo, ya nos hacemos una idea de que a Cervantes, el día que lo escribió, no le dolían los huesos, y aún menos las muelas. Porque cuando se tiene alguna dolencia se pierde el buen humor y no se tienen ganas de bromas y “cachondeo”.

Opinen ustedes si don Cervantes estaba sano y de buen humor ese día, o no: “Además estaba mohíno y malencólico el malferido don Quijote, vendado el rostro y señalado, no por la mano de Dios, sino por las uñas de un gato; desdichas anejas a la andante caballería” (en el día a día, muchos somos los que nos vemos asaltados por ¡tantas desdichas anejas a nuestra particular “andante caballería”!: hasta la muerte se cruzará algún día en nuestro camino).

Media docena de días estuvo nuestro don Quijote sin lucir palmito en sociedad, hasta que se vio algo decente para ponerse delante de los duques; ¡maldito felino destripanarices! que le había ocasionado semejante estropicio. Pues una de las noches de esos seis días en que estuvo nuestro caballero convaleciente, se encontraba en vela pero sin vela, dándole vueltas a sus pensamientos hasta que los dejaba romos y sin lugar por donde asirlos.

De repente escuchó que alguien trasteaba la cerradura de su aposento, e imaginó que sería de nuevo la “Lolita” Altisidora que, como se derretía por sus compactos aunque luengos huesos, venía a ponerle en tentación de probar el tierno bocado que le llevaría derecho a la perdición (aunque al resto de varones les supiese a gloria).

-“¡No!” gritó aterrado don Quijote, decidiéndose mentalmente por su Dulcinea frente a una hipotética Altisidora.

Pero el grito de la que allí entró no fue menos terrorífico…

-“¡Jesús! ¡Qué es lo que veo?”

…al descubrir a don Quijote envuelto, cual fantasma, en una sábana, con un estrafalario gorro en la cabeza y el rostro vendado por los rasguños y brutal mordisco en la nariz del felino que osó (o mejor, gatuneó) hacer frente a nuestro insigne caballero andante

Resultó no ser la joven Altisidora, sino la vieja dueña doña Rodríguez que a tratar un negocio (a tomarle el pelo con una nueva farsa) con don Quijote venía.

Al reconocerse mutuamente hidalgo y dueña, desconfiaron uno del otro, por ser noche cerrada y hallarse en habitáculo donde no sólo se ejerce la función de “planchar la oreja”, sino que a veces, y por imperativo de la madre naturaleza, se le da rienda suelta a los mecanismos que desencadenan, al cabo de nueve meses, en un nuevo ser.

Y, para determinar el grado de unas y otras intenciones, se hablaron de la siguiente manera:

-¿Estamos seguras, señor caballero? Porque no tengo a muy honesta señal haberse vuesa merced levantado de su lecho.


-Eso mesmo es bien que yo pregunte, señora -respondió don Quijote-; y así, pregunto si estaré yo seguro de ser acometido y forzado.


-¿De quién o a quién pedís, señor caballero, esa seguridad? -respondió la dueña.


-A vos y de vos la pido -replicó don Quijote-, porque ni yo soy de mármol ni vos de bronce, ni ahora son las diez del día, sino media noche, y aun un poco más, según imagino, y en una estancia más cerrada y secreta que lo debió de ser la cueva donde el traidor y atrevido Eneas gozó a la hermosa y piadosa Dido.

Finalmente, quedaron ambos tranquilos por la ausencia de agresividad en sus intenciones.

La dueña doña Rodríguez explicó a don Quijote el motivo de su visita (aunque no le dijo que venía a reírse a su costa, claro), que no era otro que pedirle justicia para una hija suya de dieciséis años (Cervantes flipa por estas jovencitas) la cual, había sido agraviada por un joven y rico labrador. Porque habiéndole prometido matrimonio a la mozuela, creándole falsas expectativas, luego faltó a la palabra y promesa dada. ¿Y quién mejor que don Quijote para “desfacer” entuertos y socorrer a las menesterosas jovenzuelas o viudas? Siendo éste  el slogan de los caballeros andantes, había acudido a la persona adecuada.

Estando ambos ocupados en las pláticas referidas, irrumpieron violentamente en la estancia una banda de maltratadores, los cuales sujetando por el cuello a la dueña doña Rodríguez le levantaron las enaguas y arrearon en sus posaderas una tunda de azotes, que don Quijote escuchó pero no vio porque la vela que les iluminaba cayó al suelo y se apagó. Tampoco se atrevía don Quijote a interrumpir el azotamiento, no fuera a ser que se convirtiera en candidato seguro del instrumento de suplicio. En callando el látigo se hizo algo de silencio; pero no la acción, porque los maleantes se dirigieron hacia don Quijote y, despojándole del “sabanajo” que le cubría,  dieron en sus pocas carnes tal cantidad de pellizcos que de su nuevo color no tendría una mora madura ninguna envidia.

Con la escena de los pellizcos acaba este capítulo. Capítulo, como casi todos desde que don Quijote y Sancho se encuentran en la casa de los duques, en los que Cervantes nos crea los textos perfectos para que los lectores soñemos las imágenes que a una completa representación teatral pudieran corresponder. Esto es, teatro dentro de la novela, el único hueco que Lope, tan de moda en aquellos tiempos, deja a Cervantes para desarrollar este género, pero buen partido que le saca el complutense y cosmopolita escritor.

REVULSIVA NOTA:
 
Este comentario pertenece a la Red de Comentarios Quijotescos que desde su blog La Acequia  nos dirige el metafisico profesor Pedro Ojeda Escudero

11 comentarios:

MariaJU dijo...

Pues sí tendría q estar jocoso D. Miguel el día que escribió este capítulo, sin lugar a dudas. Aunque se podría imaginar que los pellizcos dolerían más a quien los dio que al propio DQ, pues darían en hueso dada la poca chicha que almacenaba el caballero.

Sin lugar a dudas todo un pase cómico hilarante y genial.

Antonio, me alegra comprobar que de nuevo puedes hacerte un hueco para escribir tus impresiones sobre DQ. Saludos

Merche Pallarés dijo...

Como dice LISISTRATA, siempre es un placer leer tus comentarios quijotescos. Me he reido, como siempre también, con tu comentario. ¿¿Dónde estará TUCCI? Esta semana no ha aparecido...
Espero que tus piensos vayan viento en popa. Besotes, M.

pancho dijo...

Este Caballero Andante que hizo girarse a un león avergonzado, se ve ahora derrotado y malherido por un felino doméstico, demasiado para que el orgullo de DQ no se sintiera herido.

A la dueña no le hace falta simular situación ni personaje alguno, su historia es lo suficientemente disparatada como para no desentonar con las burlas: está tan quijotizada como Sancho. La locura de DQ que contagia a los que le rodean.

Has venido con ganas de locura quijotesca. Excelente y literario comentario.
Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente tu regreso a la lectura, querido amigo. Tienes toda la razón: desde las primeras líneas intuimos que Cervantes pensó bien el capítulo y echó el resto.

Asun dijo...

Se ve que has venido con fuerzas renovadas. A juzgar por el humor con el que has escrito esta entrada a ti, así como a Cervantes, no te dolían los huesos ni las muelas.
Muy divertido.

Besos

El Gaucho Santillán dijo...

excelente, como siempre, Antonio.

Saludos

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Fantastico Antonio, fantastico. Estoy con Pedro Ojeda.

Un abrazo...!

Abejita de la Vega dijo...

Bienvenido al mundo acequiano, tras tus peleas anejas a tu particular caballería andante. Y cómo vienes, qué bríos.

Cervantes se encontraba bien ese día en que escribe este capítulo, puede ser. Pero también ocurre, a veces, al revés: te encuentras fatal,haces de tripas corazón y haces un trabajo bordado, fruto de ese esfuerzo. De todas maneras, nuestro querido don Miguel estaba pachucho, muy pachucho, cuando escribía este capítulo. La hidropesía hacía de las suyas.

Y cómo borda el encuentro entre dos viejillos castísimos. Como en una obra cómica, para el teatro. Equívoco, tropezón, caída, oscuridad, palos...Genial capítulo.

Un placer leerte, un brazo de la abejita Zoom.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

lo más seguro es que después de apaleado, lo que más deseaba, aunque lo negase es que fuese la otra...la que llegase a consolarlo....y no la dueña...un saludo amigo

Paco Cuesta dijo...

Los esfuerzos de D. Quijote por pasar desapercibido fueron inútiles, los malandrines también se cebaron en él.

Anónimo dijo...

Leer el mundo blog, bastante bueno

ÑIÑA QUE HABLÓ ANTE LA O.N.U.