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lunes, 6 de septiembre de 2010

CAP 2.65 “Volveré a mis honrados ejercicios”

                       Todas las noches se acercaba un zorrito a compartir la cena con nosotros.

Comentario serrano que pertenece al grupo de lectura del Quijote que dirige desde La Acequia el profesor Pedro Ojeda Escudero.

Capítulo 2.65

Capítulo en el que Sansón Carrasco se quita la máscara de caballero de la Blanca Luna. Se nos informa sobre los seis días que estuvo don Quijote convaleciente guardando cama; y del resultado de la liberación de don Gregorio.

Estaba don Antonio Moreno ansioso por descubrir la identidad del caballero de la Blanca Luna, por ello le siguió por las calles de Barcelona acompañado de una tropa de muchachotes; hasta que, el del albo astro, no tuvo más remedio que comunicarles que bajo aquella máscara se ocultaba el bachiller Sansón Carrasco, Vecino del “lugar” (de cuyo nombre nadie se acuerda) o aldea de don Quijote; y que, por la gran lástima que le tenía (él el que más), al haber perdido el juicio “un hombre que le tenía bonísimo”, hacía tres meses que salió en su busca para, después de negociar las condiciones para su vuelta, retarle, vencerle y retornarle a su “lugar” de La Mancha (que tendrá premio el que su nombre “averigüaye”) durante, al menos, un año; tiempo suficiente para que el hidalgo recobrase el juicio.

No estaba de acuerdo don Antonio con los principios “altruistas” que movían al bachiller, pues con ellos infringiría un gran perjuicio a la humanidad:

"-¡Oh señor -dijo don Antonio-, Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él! ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos? (...)
“Porque con su salud no solamente perdemos sus gracias, sino las de Sancho Panza, su escudero, que cualquiera dellas puede volver a alegrar a la misma melancolía”.

Tuvo don Quijote que descansar durante seis días en cama (por llevarle la contraria al que “trabajó” durante seis días y al séptimo descansó) los cuales estuvo triste, pensativo y ojeroso. Se esforzaba Sancho en consolarle, haciéndole ver que quien más perdía con aquella derrota era él, no pudiendo ya aspirar a ser conde.

A su vez, don Quijote animaba a Sancho, diciéndole que su reclusión y retirada no habían de pasar de un año, después del cual -sentenció- “Volveré a mis honrados ejercicios”. No ha de extrañarnos este aserto de don Quijote, pues ha muchos capítulos que nos dijo: “Caballero andante soy y caballero andante he de morir”

En esta conversación estaban caballero y escudero, cuando entró don Antonio a darles la buena nueva de la liberación y llegada del renegado y don Gregorio. Salió Ricote y su hija Ana Félix a recibirlos. Ella no abrazó a su amado don Gregorio porque, según el verdadero autor de esta historia, “donde hay mucho amor no suele haber demasiada desenvoltura” (mírame, pero no me toques). “El silencio fue allí el que habló por los dos amantes, y los ojos fueron las lenguas que descubrieron sus alegres y honestos pensamientos” (Regla de oro para el buen funcionamiento de la pareja, que deberíamos aplicarnos las comunes de las mortales parejas: “María, el silencio éste con el que me estás obsequiando durante media hora es maravilloso, no lo rompas aún”. Creo que fue de Carlos Fuentes de quien escuché que, sólo en compañía de un par de amigos muy íntimos, se podía permitir el lujo de intercalar unos largos silencios durante una conversación , a veces de más de diez minutos).

Acaba el capítulo con la promesa hecha por don Antonio a Ricote, hija y yerno, de llevar su caso a la corte para que lo revisaran y anularan su expulsión, ya que ellos, aunque de ascendencia morisca, ahora eran más cristianos que el primero y más “güenos quel pan”. Difícil misión la que se proponía don Antonio, sobretodo leyendo la descripción que de don Bernardino de Velasco, conde de Salazar, a quién dio su Majestad poderes para la expulsión de los moriscos, hace Cervantes de quien dice que con él “no valen ruegos, no promesas, no dádivas, no lástimas”.

Revulsiva Nota:
 
He podido, durante mis cuatro días Namá, en la Sierra de Cazorla leer y, sobretodo, escuchar (porque al mismo tiempo que se escucha se anda y se desengrasa) el capítulo que nos ocupa. Tomé algunas notas, y esta tarde finalmente he podido redactar mi comentario (son las 20:33), la hora que da mi blog es errónea.
 
El Quijote tiene la virtud de adaptarse a todos los terrenos: es compatible con la ciudad y todo el barullo que conlleva; con el campo de olivos o de trigo; o con una sierra "andurreada" por cabras o jabalíes.

ÑIÑA QUE HABLÓ ANTE LA O.N.U.