viernes, 28 de noviembre de 2008

CAPITULO XXIX DE DON QUIJOTE


Quijote: "Mira Sancho en lo que nos ha convertido el mago Merlin"

Sancho: " Que nó mi señor, que vamos de fiesta de carnaval"



CAP. XXIX de D: Quijote

El título de este capítulo es el siguiente: “ Que trata de la discreción de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo”. Nótese la instrucción ésta última que nos da Cervantes: obra para gozar y pasar bien el tiempo. Destinada a ocupar la sección de “ocio y tiempo libre” de cualquier periódico de los actuales. O sea, que no se recomienda como libro destinado a la instrucción pública, sino para el divertimento del común de los mortales.
Metidos ya en “faena”, el cura, Cardenio, el barbero y Dorotea; traman una rocambolesca escena teatral para intentar seducir a D. Quijote y llevarlo de vuelta a casa. Sancho no se encuentra presente en este momento, por haber ido a las asperezas en busca de su amo. A su vuelta, Sancho, es embaucado con la célebre historia de la reina Micomicona, Dorotea, quien fue desalojada de su reino Micomicòn, por cierto habitado por hombres de raza negra. Su señor D. Quijote debe desfacer este agravio y enderezar el al tuerto, quien andaría torcido por ser escaso de vista. Perdón por el chiste malo.
Todos mintiendo, y disfrazados, se dirigen en busca de D. Quijote, quien, sin pensárselo dos veces, aceptó el reto de restituir a la reina Micomicona a su reino Micomicòn. Ellos le dijeron que para llegar a aquel reino primero deberían de cruzar por mitad del pueblo donde ellos vivían, por no estar aún terminadas las obras de la carretera de circunvalación, para luego girar a la derecha y tomar rumbo a Cartagena , donde embarcarían, y en un plazo de nueve años arribarían al susodicho reino.
Consumado el acto de restauración, D. Quijote podría desposarse con la reina Micomicona y alcanzar el rango de emperador, y Sancho de Gobernador, si no, de ínsula, sí, de un trozo de tierra firme africana.
La máxima preocupación de Sancho, volvemos a ver en este capítulo, es que su amo haga lo méritos suficientes para ser coronado emperador y él como mínimo gobernador. De ninguna manera quisiera verse relegados, su amo a Arzobispo, y él a triste curilla o a monaguillo catedralicio: “…a mi amo no le tome gana de ser arzobispo, que es lo que yo temo, que vuestra merced le aconseje que se case luego con esta princesa , y así quedará imposibilitado de recibir órdenes arzobispales y vendrá con facilidad a su imperio y yo al fin de mis deseos;”.

PD. Espero que me sepan disculpar el par de licencias, en forma de bromas, que me he tomado en este comentario. La segunda, la circunvalación del pueblo de D. Quijote.

Revulsivos saludos.

viernes, 21 de noviembre de 2008

CAPITULO XXVIII DE DON QUIJOTE

Imagen By: Ojito Saltón


LA POBRECILLA DOROTEA ES POSEIDA POR EL FIERO LEON DON FERNANDO:
"Yo pobrecilla, sola entre los míos, mal ejercitada en casos semejantes...."

EL ACTO AMATORIO MAS RAPIDO DEL MUNDO:
"y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo dejé de serlo..."


CAPÍTULO XXVIII. (I) D. QUIJOTE DE LA MANCHA
Felicísimo he sido leyendo este capítulo, al igual que lo fueron “los tiempos donde se hecho al mundo el audacísimo caballero D. Quijote de la Mancha”. Y no fueron dichosos, estos tiempos, “sólo de la dulzura de su historia, sino de los cuentos y episodios…..”.
Una vez más, Cervantes hace despliegue de argumentos, para hacer constar que su obra está a la altura de las más prestigiosas hasta ese momento. En ella conjuga La épica: Don Quijote. La picaresca: Sancho. El género pastoral: Marcela. El relato morisco: Zoraida. La novela de amor: Dorotea. Y, sobre todo, la novela dentro de la novela: El curioso impertinente, y la novela consciente de serlo.
Encuentran nuestros protagonistas a un zagal, que resulta ser zagala, lamentándose, al tiempo que se lava los pies en un cristalino arroyo que por allí discurría. Esta zagala debe de ser muy discreta y cortesana, según “la color” de su piel. Sus pies son como blanco cristal; su pierna que por tener poco alzada una polaina, aprecian que es de blanco alabastro, y sus manos como la nieve. Sensual realmente debe de parecerles esta dama, que no mozuela como dije antes, pues como más adelante veremos, perdió su condición de doncella en un plisplàs. Vemos como la blancura en las damas era distintivo de alta condición social, en cambio las labriegas tenían el cutis “bronceado” por el sol que tomaban segando en los campos de mieses. Podemos apreciar las “tres gracias albinas” de Rubens, por ejemplo.
La mencionada dama relata a nuestros protagonistas el motivo de encontrarse por tan ásperos parajes; ella, que era hija muy querida de un rico hacendado, fue objeto de ultraje por el contubernio que contra ella tramaron su doncella y D. Fernando, que era un mozo atractivo, locuaz y adinerado de la comarca.

sábado, 15 de noviembre de 2008

CAPÌTULO XXVII DEL QUIJOTE

D. QUIJOTE CAP. XXVII

Capìtulo èste, el 27, el doble de largo que el anterior, y el doble de aburrido. Bueno, el XXVI no fue nada aburrido.
Mayormente se pone cansino, o a mi me lo parece, cuando el cura y el barbero se encuentran con Cardenio, y Cardenio continùa relatándoles sus poco afortunadas “batallitas sentimentales”.

Leyendo en la cama me encontraba, y el Quijote rodando por el suelo a cada instante. Èste fenómeno no me pasò en el cap. anterior.

Empieza el cap. con el cura y el barbero disfrazándose de doncella menesterosa y escudero de ella respectivamente. Pero el cura ha de dejar a la ventera, que le presta las ropas para transmutarse, su sotana que era “nueva”, en prenda o garantía del préstamo. De aquí, con el tiempo surgirían los famosos Montes de Piedad donde la gente empeñaba joyas sobre todo. La ventera se las arreglò con la sotana “nueva”.

Enumera a continuación, el autor, toda una serie de prendas de abrigo y adorno con las que se vistieron nuestros personajes, y da que pensar si Cervantes no estuviera titulado en Corte y Confecciòn por poseer tales conocimientos textiles. Prendas hechas en tiempos del rey Bamba. Aprovecho para preguntarte Pedro, que quien fue este rey, o què significa la expresión, pues el amigo académico Francisco Rico, no puso nota a pie de página para aclararlo.

Ya en camino, Sancho, el cura y el barbero se adentran en la sierra “negra”, y escuchan una voz que recita “ dulce y regaladamente” unos versos que no podrían ser de rùsticos ganaderos sino de discretos cortesanos. He aquí de nuevo que Cervantes no necesita “abuela” que le alabe sus dotes para con la poesía. Pues el mismo dice que los susodichos versos son de “discretos cortesanos”, y no de “rùsticos ganaderos”. Para ello, nos coloca un poema largo, y un soneto de aceptable factura. Al final de los poemas dice Cide Hamete: “ el canto se acabò con un profundo suspiro..”. Expresiòn èsta, de los profundos suspiros, acostumbrada de los caballeros enamorados, pues nuestro señor D. Quijote la pone en pràctica en varias ocasiones. Señal de estar enamorado hasta las “trancas”.

A partir de aquí comienza el relato que Cardenio comparte con los tres senderistas de Sierra Morena: Sancho, el barbero y el cura. A los pocos minutos, mi Quijote edición del cuarto centenario a instancias de las RAE y Cia, made in Alfaguara, se ve rodando violentamente por los suelos; tendrá algo que ver también los 1250 gramos de masa arborícola, entre unas cansadas manos de triste autónomo.

Una frase en la pàg. 270, me llamò la atención por incluir a tres de los cinco elementos, que eran los que en la antigüedad pensaban que conformaban el mundo: Aire, agua y fuego .” negándome el aire aliento para mis suspiros, y el agua humor para mis ojos; sòlo el fuego se acrecentò”.
Y ahora me disculpo, porque no vi antes los dos elementos restantes, tierra y cielo, que se encuentran justo en la frase anterior. Transcribo ahora dicha frase: “ …desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba…”. Ea! Pues en tres renglones tenemos los cinco elementos, y en este orden: cielo, tierra, aire, agua y fuego.

Si por algo, este libro es el que es.

Buenas tardes

viernes, 7 de noviembre de 2008

COMENTARIO AL CAP. XXVI DE EL QUIJOTE





Si desean participar en la lectura compartida sobre el Quijote, pueden dirigirse al Blog La Acequia, coordinado por el profesor Pedro Ojeda.

CAP. XXVI DE DON QUIJOTE

Capítulo éste, verdaderamente fecundo en comicidad e hilaridad.
Primero que nada, nuestro caballero, duda si hacer penitencia a lo Roldán o a lo Amadìs; decantándose por las formas del autodenominado Beltenebros.
Nuestro Sr. D. Quijote hace juramento de que su señora Dulcinea está “entera como la madre que la parió”, ya que no ha “yacido” con ningún “morillo” ni ningún otro varón. Ésta es la gran diferencia entre él y el ultrajado Amadìs, cuya señora había “dormido más de dos siestas con el morillo Medoro. Su dulcinea, fin máximo de sus rocambolescas aventuras andantes, no ha sido tocada por nadie, y menos de un morillo que como todos, tiene el pelo “enrizado”.
A continuación, después de fabricarse un rosario con cortezas de Encina, se dedica nuestro caballero a grabar en los troncos de los árboles, poemas en alabanza de Dulcinea, de los cuales se conservan tres enteros. Cervantes se empeña, sin interrupción en toda la novela, en demostrar sus dotes para la lírica. Parece ser que de forma mediocre; usted Sr. Pedro Ojeda, especialista en estas lides versiculares podrá aclararme si Cervantes fue, o no fue, un aceptable bardo.
Me gusta el final de las estrofas: “….aquí lloró D. Quijote ausencias de Dulcinea….”. Creo que quedan “decentes”.
Sancho Panza se encamina a entregar el correo a la Sr. Dulcinea y en su pensamiento está la idea fija de cobrar los pollinos, que por ello cabalga entusiasmado. De pronto llegó a la venta de la manta “ y se vio de nuevo por los aires”. Allí se encuentra con el cura y el barbero, quienes le amenazan por aparecer con Rocinante y sin D. Quijote. Una vez que Sancho ofrece sus explicaciones y dicho que llevaba una carta a Dulcinea, de quien su señor estaba “enamorado hasta los hígados”.
Sancho tiene miedo de entrar en la venta, y pide al cura y al barbero que le saquen algo de comer, así como cebada para Rocinante. Hubiese, quizás, preferido ayunar que enfrentarse a la gente de la venta. Eso de volar por los aires no es lo suyo.
Finalmente, me gustaría destacar del ejemplo que ponen a Sancho, el cura y el barbero, sobre si su señor preferiría ser arzobispo o emperador. En el cual observamos lo ruin del espíritu humano, en el transcurso de todos los siglos. Por nada, Sancho, aceptaría ser sacristán o sucedáneo eclesial, pues él era casado, y lo más importante, que estos anejos a los clérigos reciben unos emolumentos muy nimios, comparado con los obtenidos en el ejercicio de gobernación de una ínsula, y las rentas que de ella sería beneficiario.
Ni qué decir, de lo que nos espera en el capítulo XXVII con el cura y el barbero disfrazados. Espero poder compartirlo con ustedes la semana que viene.
Gracias profesor Ojeda por brindarnos esta oportunidad.
Buenas tardes

sábado, 1 de noviembre de 2008

DE LA VIRTUD Y CONVENIENCIA DE REIRSE DE UNOS MISMO

DE LA VIRTUD (Y CONVENIENCIA) DE REIRSE DE UNO MISMO

Unamuno elogió la virtud de reirse de uno mismo y aconsejó que: “todos deberíamos aprender a ponernos en ridículo ante los demás”. Para ilustrar esta idea utilizó la siguiente anécdota: “Murió D. Quijote y bajó a los infiernos, y entró en ellos lanza en ristre, y libertó a todos los condenados, como a los galeotes. Cerró sus puertas y quitando de ellas el rótulo que allí viera el Dante – Abandona todas tus ilusiones – puso el que decía: !Viva la esperanza!, y escoltado por los libertados , que de él se reían , se fue al cielo” ( Luís Rojas Marcos en “La fuerza del optimismo” Pág.44 )


Los hechos que paso a detallar a continuación, sucedieron el verano de este año 2007, al que ya apuramos el último sorbo, hoy es día 30. Me encontraba con mi mujer y mi chico de nueve años, sentado junto a una mesa en la terraza del popular Bar El Cortijero, de nuestro pueblo: Priego de Córdoba. Doy fe (si aun queda alguien que me crea) de que los acontecimientos sucedieron tal y como paso a relatar:

Algunos de los últimos rayos, del sol que nos había abrasado ese día, resplandecían al estrellarse contra los vidrios que colonizaban nuestra mesa. Algunos platos se habrían paso, con su subyugante aroma, por entre vasos y botellas. La terraza del bar estaba repleta de mesas a las que había acudido una multitud de gente. Nuestra mesa se encontraba situada justo al borde del acerado, a un palmo de la calzada, donde una hilera de coches descansaban aparcados. La calle era muy inclinada y estrecha, de forma, que cuando dos coches se cruzaban, el que bajaba no tenía más remedio que circular montado por la acera para poder cruzar frente al otro sin rozarle.








Desde nuestro asiento escuchábamos el griterío que una multitud, casi enloquecida, profería dentro del abarrotado bar. Daban por televisión un partido de fútbol. Este hecho provocaba en los presentes un exacerbado jubileo, próximo al paroxismo. Todo el barrio estaba inundado de esa endiablada vorágine decibélica .
Nosotros, tranquilos en nuestra mesa, cuando ya el cristal poco a poco dejaba de brillar por aquellos rezagados haces de luz solar, atendíamos nuestro mínimos negocios que consistían en deglutir aquellos caprichos culinarios que nos habíamos regalado.
De pronto observamos como, el coche que había estado reposando a nuestro lado, inicia unos extraños movimientos, una inesperada “danza del vientre”. Meneando arrítmicamente su abultada cintura metálica, pero sin despegar sus pies-neumáticos del suelo.
En vano intentaba la conductora movilizar aquel cacharro. Todos sus esfuerzos resultaron inútiles. La fuerte pendiente que tiene la calle y la escasa distancia que separaba su coche con el de abajo, le hacían imposible, a aquella desgraciada mujer, salir de aquel atolladero.
Las gentes que ocupábamos las mesas de la terraza, nos quedamos contemplando aquella triste escena, sin saber o querer (más bien) reaccinar. Nadie movía un dedo por socorrer, a una mujer, que era incapaz de retirar su coche de aquel aparcamiento.
Una vez tras otra, la señora, intentaba ejecutar la maniobra de dar marcha atrás, ayudándose del freno de mano, para evitar embestir al de delante, pero al final siempre se le calaba. La mujer sudaba copiosamente.
Algunos salieron del bar para ver el espectáculo, todos ya murmuraban, algunos no podían evitar la risa, casi, o sin casi, se mofaban.
La conductora, envuelta por un ciclón de nervios, limpiaba el sudor de su frente y miraba con sus tristes ojos, a los espectadores de su inesperado circo.
Yo era uno de aquellos espectadores. Y llegó un momento en que no pude soportar más aquella humillante escena, la desesperación de aquella desvalida persona quién nos estaba suplicando sin abrir la boca (pero a gritos) que la socorriéramos.
Me levanto de la silla, me aproximo a su ventanilla y le digo - ¿me permite que le ayude?
-por favor, no puedo sacar el coche de aquí.
Me siento al volante , tanteo la posición y dureza de los pedales. Observo en el cabezal de la palanca de cambio la posición a poner para cada marcha. Para meter la marcha atrás hay que aproximar la palanca al asiento del conductor y empujarla hacia delante, memorizo. No conforme con esta información pregunto a la señora: la marcha atrás es pegada a mi y hacia delante ¿no?. –Sí, sí, contestó temblorosa ella.
Con total seguridad y decisión paso a comenzar aquella “hazaña. Mi currículum de conductor es muy dilatado en el tiempo y de gran variedad de automóviles. Soy todo un genio en el arte de la conducción(amigo Sancho, se diría), una máxima autoridad .

Empujo el embrague a fondo, meto la marcha atrás, para no dejar margen al error cojo el freno de mano con la derecha. A continuación, al igual que cualquier buen conductor hubiese hecho: fui levantando el pie del embrague despacito, al mismo tiempo que voy empujando suavemente el acelerador. El coche quiere ponerse en movimiento, noto ya su pequeña sacudida, entonces ¡PISO FUERTE EL ACELERADOR!, ¡BAJO EL FRENO DE MANO! Y………… ¡BUUMMMBAAA! ¡CRAAACCCSSS CATACRAAASSS!
Los faros delanteros del Audi A4 blanco ¡REVENTADOS!, ¡NOOOOOOO!
La catástrofe se ha consumado. El llanto de la señora es un incesante grito ¡MI COCHE NUEVO! ¡ MI COCHE NUEVO!, ¡MI MARIDO ME MATA!, ¡ME MATA!
Yo intentaba calmarla, pero que va, era tontería.
El fútbol dejó de interesarle a la masa de gente que hubo dentro del bar; en tropel todos acuden a ver el estropicio. NO PUSE MARCHA ATRÁS, PUSE PRIMERA.
¿Por qué nadie me avisó?—Señora usted me dijo que la marcha estaba bien puesta, ¡por favor señora no llore!. Toda aquella gente me miraban con ojos acusadores: ¡cómo se puede ser tan torpe! Pensaban y decían.
¿Por qué el Real Madrid no metía ahora un gol?, ¿por qué no dejaban de reir toda aquella gente?. Mi amago de generosidad se convirtió en desgracia. Hice el más grande de los ridículos. –Señora no llore, no llore, con el seguro de mi coche costearemos los desperfectos. A lo que ella contestaba –¡MIS FAROS! ¡MI COCHE NUEVO! ¡MI MARIDO ME MATA!

Mi señora que había permanecido callada hasta ese momento, tampoco se pudo reprimir: ¡ERES TONTO! ¡TÚ POR QUÉ VAS A DONDE NO TE LLAMAN!

¡QUÉ VERGÜENZA! ¡QUÉ RIDÍCULO MÁS GRANDE! ¿DÓNDE ME ESCONDO?

ÑIÑA QUE HABLÓ ANTE LA O.N.U.