sábado, 28 de agosto de 2010

CAP 2.64 Don Quijote despierta de su sueño



CAP 2.64 Don Quijote despierta de su sueño

Este comentario pertenece a la Red de Comentarios Quijotescos que, desde su blog La Acequia, dirige el profesor Pedro Ojeda Escudero.


Pequeño pero interesantísimo y ameno es el capítulo de hoy. En el anterior quedamos con el relato de que el novio de la hija de Ricote la tal Ana Félix, había quedado en manos del turco, y que para que éste lo liberara ella debía volver con oros y joyas de las que su padre Ricote dejó escondidos en el subsuelo español; bajo amenaza de que si no vuelve con las joyas, el turco daría buena cuenta del mozo, aunque estuviera disfrazado de moza: ya se descubriría cuando el turco –que tiene buen diente, seguro heredado de sus vecinos los antiguos griegos- le bajara las faldas.

Ante tan grave tesitura, don Quijote se ofrece rápido y veloz para liberar a Gaspar Gregorio, que así se llama el chico. Sancho también reacciona rápido y le dice a su amo: “¿pero ande va osted, nosta viendo questá la mar pormedio?” (huelga decir que lo incluido en el entrecomillado es cosecha de este revulsivo). Finalmente, toda la “peña” allí reunida decide que sea el renegado el que parta en busca del que quedó en prenda, antes de que nadie se quede prendado de su belleza cuasi femenina.

Otro día, saliendo don Quijote a pasear por las arenas de la playa (o sin arena: dicen que la Costa Brava en antaño era agreste, qua la arena la pusieron después los que reclamaban turismo…de playa) creyó tener un espejismo, pues vio venir hacia él a un armado caballero (no se mencionan las características de su caballo), en cuyo escudo lucía y casi deslumbraba una “resplandeciente luna”. Don Quijote quedó boquiabierto al verlo, pues pensaba que él era el último de una especie en extinción. Luego debió de preguntarle ¿quillo, tú de quien eres?”, porque se le escuchó al recién llegado decir:

 “Insigne caballero y jamás como se debe alabado don Quijote de la Mancha, yo soy el Caballero de la Blanca Luna, cuyas inauditas hazañas quizá te le habrán traído a la memoria. Vengo a contender contigo y a probar la fuerza de tus brazos, en razón de hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien fuere, es sin comparación más hermosa que tu Dulcinea del Toboso; la cual verdad si tú la confiesas de llano en llano, escusarás tu muerte y el trabajo que yo he de tomar en dártela; y si tú peleares y yo te venciere, no quiero otra satisfación sino que, dejando las armas y absteniéndote de buscar aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un año”.

Don Quijote le contesta al de la Blanca Luna que en su vida ha escuchado semejante nombre pero que, no obstante, acepta el reto, puesto que pone en entredicho la superior belleza de su sin par Dulcinea. De todas formas los lectores quedamos algo perplejos cuando a continuación leemos que don Quijote añade en cuanto a Dulcinea: “ y así, no diciéndoos que mentís,, sino que no acertáis en lo propuesto”. Don Quijote nunca ha visto a Dulcinea, si no es cuando Sancho lo engañó encantada en fea labradora. Nuestro hidalgo luchará por el ideal que él tiene de la señora de sus sueños, no por ella en realidad, que en todo caso sería la que ahechaba trigo, rubión del malo, y por gracia Aldonza Lorenzo. El caballero retador también tiene una señora ambigua, o tal vez ninguna “sea la que fuere” dice (esto ya es tocarle los cataplines a don Quijote).

Se preparan los contendientes para el duelo y, visto y no visto, corren uno hacia el otro. Rocinante reacciona, a medida de su jinete, más torpe y lento. Como un vendaval se cruzan con el de la Blanca Luna quien, sin rozarle siquiera, da con ellos en el suelo; amasijo de caballo y caballero a quienes se los llevó el aire: “como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza (que la levantó, al parecer, de propósito), que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída”. Prácticamente no nos da tiempo a entender qué es lo que ha sucedido; Cervantes huye de dar explicaciones detalladas de la primera derrota "síquica" que sufre don Quijote. Sí nos queda claro que el vencedor no tenía propósito de hacerle daño a don Quijote.

El de la Blanca Luna le acerca la lanza a la visera de don Quijote, y éste acepta la mitad del trato convenido; o sea, colgar las armas al menos durante un año. En cuanto a la mayor o menor belleza de Dulcinea no se menciona ni media, no era lo importante para el que se esconde detrás de la armadura con resplandeciente media luna en su escudo. Ésta será la luna, no del alba de don Quijote, sino la de su ocaso. La que acaba con sus sueños; la noche como final del día y también de la vida de don Quijote. Nuestro hidalgo, una vez derrotado ya no quiere vivir, aunque el de la Blanca Luna (Cervantes) le deja la puerta entreabierta y sólo lo condena a un año de retiro;¡pero vamos...! Cervantes está ya bastante viejo y cansado como para tener ganas de una cuarta salida.

Termino con la voz de la frustración, de la derrota, que da significado al epígrafe del capítulo de hoy  "Que trata de la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido”:
"Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra".

sábado, 21 de agosto de 2010

CAP 2.63 Al turco lo mismo le da la belleza de Ana Félix como la de Gaspar Gregorio

Comentario perteneciente al club de lectura del Quijote coordinado por Pedro Ojeda Escudero desdeLa Acequia

Quedó don  Quijote pensativo de la respuesta que la cabeza encantada de don antonio Moreno le había dado en cuanto al desencanto de Dulcinea. Sancho, por su parte, añoraba los días en que fue gobernador, porque: "aborrecía el ser gobernador, como queda dicho, todavía deseaba volver a mandar y a ser obedecido, que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas" ("la mayoría de los hombres políticos no merecen ser llamados así, pues no son de verdad políticos, ya que político es el que elige obrar noble y generosamente, mientras que la mayor parte de los hombres abrazan esta vida por dinero y codicia": (Aristóteles "Ética Eudemia", citado por Emilio Lledó en "Elogio de la infelicidad"). Sancho ya sentía este gusanillo venenoso que produce el poder, la vida política. ¿Cuántos, de los políticos que nos gobiernan, no están contaminados por este ente tóxico? ¡Qué actual el sentimiento de Sancho y la afirmación de Aristóteles!.

Aquella tarde, don Antonio Moreno llevó a don Quijote y Sancho a visitar los barcos del puerto; subieron a uno de ellos siendo homenajeados por los marineros y los mandos de éstos. A Sancho le saludaron de una forma especial, pasándolo vía aérea de una fila de remeros a otra: el manteo de la venta fue una ridiculez al lado de esto. Mientras, don Quijote observa como uno de los que dirige el cotarro de los remeros, empuñando un látigo, empieza a azotar suavemente las espaldas desnudas de éstos. No pierde el amo ocasíón para decirle a Sancho, una vez que ya los remeros le hubieron basculado, que aprovechara la ocasión para darse una tanda de azotes a "lomo pelao" a cuenta de los muchos que tiene pendientes para el desencanto de Dulcinea; que entre tanta gente flagelada no le habría ni de doler: el dolor se disiparía entre la azotaina general y, además, es posible que en tales ciscunstancias el sabio Merlín le descontara cada azote por diez.

Mientras tanto, un vigía que estaba apostado en las alturas de Monjuit avista "un bajel de remos por la banda del poniente" y da aviso al resto de embarcaciones para que lo persigan y apresen. Cosa que hacen gracias a las artes guerreras que poseen; aunque dos "toraquis" o turcos borrachos dispararon dos escopetas, dando muerte a dos soldados de los mejores que tenían. El general, o jefe de la flotilla española, prometíó dar muerte a todos los apresados en el bajel, que resultaron ser tres docenas de personas. Preguntó el general por el arráez  del bergantín turco, siéndole presentado con ese cargo un joven y bello mozo de unos veinte años. Pero después de algunas indagaciones y con la amenaza de ahorcarlos a todos, el adonis veinteañero, resultó no ser ni turco ni moro ni renegado, sino fémina bella en extremo: de éstas cuya excelsa belleza se recrea Cervantes en describirnos en largas parrafadas.

La joven suplica ser escuchada; todo un rocambolesco periplo ha recorrido desde que tuvo que salir de España por la orden de expulsión de los moriscos. Salió con un enamorado suyo de nombre Gaspar Gregorio y unos tíos carnales en busca de otras tierras donde asentarse y formar familia. No tuvieron mejor ocurrencia que ir a parar a Argel, según cuenta, el mismo infierno, donde el rey del lugar enterado de su hermosura y de sus riquezas los mandó llamar a ella y a su Gaspar Gregorio (en la vida he visto un nombre más dificultoso de pronunciar). Después de un sondeo a la piba, el rey de berbería pensó mandarla de
vuelta a España para que buscase el tesoro enterrado por su padre y regresara con él a berbería. Mientras tanto el tal Gaspar Gregorio quedaría en manos de los libidinosos turcos:" Turbéme, considerando el peligro que don Gregorio corría, porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer por bellísima  que sea"

Precipitadamente, Ana Félix, que se llamaba la chica, antes de retornar a España vistió a su chico de chica por ver si con este metamorfoseo lo pudiera librar de las garras del turco: así vestido-a lo incluirían en un serrallo y las posibilidades de... (EJEM) serían menores.
 Muy apurada la chica rompe en llanto, el general se compadece de ella y le perdona la vida. En esto se le acerca un anciano a Ana Félix, era Ricote el padre de ella y vecino de Sancho "el pobrete o pobrote", que venía de recuperar el tesoro enterrrado, por lo que ofreció dos mil ducados al que rescatase a su yerno de las garras y apetitos del turco. (Seguro que Cervantes le daría vueltas a la cabeza antes de declararnos estas inclinaciones del turco, ya que él estuvo unos años secuestrado en berbería. Lo que no sabemos es si, en sus timepos mozos, fue un adonis como el amigo Gaspar Gregorio).

Nota Revulsiva:

Estoy de averías con la Internete y otros imprevistos personales y profesionales. A esto en los buenos tiempos le llamaba yo "fracasar mejor" (me enseñó la expresión George Steiner), aunque de tanto fracasar pronto le llamaré naufragar. Por lo tanto pido a los colegas a quien asiduo los fines de semana que me tengan un poco de la paciencia, no sé si podré visitarlos. Besos y abrazos

domingo, 15 de agosto de 2010

CAP 2.62 A cada cerdo le llega su San Martín


Al Quijote de Avellaneda, cual cerdo, le llegará su San martín; el día de la matanza en torno al 11-Cervantes despechado dixit)

El anfitrión de don Quijote en Barcelona era don Antonio Moreno,en cuya casa se alojó. Era hombre rico, discreto y, aparentemente, educado. Pero sólo aprarentemente, pues de apariencias nos tiramos viviendo media vida. Este rico burgués tenía una idea muy particular sobre qué eran bromas y quién debía recibirlas:"porque no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan si son con daño de tercero". También es excusa de Cervantes por la vida de maltrato que le da a su criatura e hijo predilecto "don Quijote";además, el ilustre Manco, olvidó contratar póliza de seguro con cobertura de daños a terceros para su "creatura".

Lo primero que hace don Antonio Moreno es despojar a don Quijote de toda la chatarra que lleva encima, y en su lugar le hace poner un ajustado y pajizo ropaje, dando como resultado el metamorfeo de caballero andante por gracioso arlequín. Lo exhibe desde el balcón de su casa como mona de circo, para burla y mofa del viandante.

Posteriormente, el barcelonés, invita a don Quijote a dar un paseo por las calles de Barcelona; pero antes que nada se las ingenia para colgarle un cartel
en las espaldas "donde le escribieron con letras grandes, Este es don Quijote de la mancha". Se percató don Quijote de que la muchedumbre le miraba y le admiraba, y almibarado dijo a don Antonio:"Grande es la prerrogativa que encierra en sí la andante caballería, pues hace conocido y famoso al que la profesa por todos los términos de la tierra; si no, mire vuestra merced, señor don Antonio, que hasta los muchachos desta ciudad, sin nunca haberme visto, me conocen".

Luego, ya de vuelta a casa de don Antonio, la mujer de éste había organizado un sarao (o fiesta gansa), e invitado a varias amigas suyas, entre las cuales se encontraban "dos de gusto pícaro y burlonas y, con ser muy honestas eran algo descompuestas" (o sea, dos pájaras de cuidado):". Éstas dieron tanta priesa en sacar a danzar a don Quijote, que le molieron, no sólo el cuerpo, pero el ánima". Tuvo Sancho que recoger del suelo los despojos de su amo y  llevarlo en brazos a su aposento. ¡Dista mucho ya aquel don Quijote danzarín de antaño, que hiciera cabriolas sobre la Peña Pobre, de éste de hogaño, rendido y tumbado tras los primeros pasos!.

"Otro día le pareció a don Antonio ser bien hacer la experiencia de la cabeza encantada", para ello reunió a un par de amigotes y a las dos damiselas que agotaran a don Quijote en el baile: "La cabeza da respuestas ingeniosas o ambiguas a algunas preguntas que se le hacen y a don Quijote y a Sancho contesta vagamente sobre la cueva de Montesinos, el desencanto de Dulcinea y las posibilidades de un nuevo gobierno. Cervantes se apresura a aclarar que tal cabeza estaba montada sobre un tubo que comunicaba con un aposento del piso inferior, donde se situaba de don Antonio Moreno que desde allí oía las preguntas y daba las respuestas" (Doy las gracias al maestro de maestros, Martín de Riquer, por proporcionarme las anteriores palabras entrecomilladas, pues ya voy mal de tiempo).

Revulsiva Nota:

Me queda por comentar la entrada de don Quijote en una imprenta de Barcelona, donde Cervantes vierte su opinión sobre los traductores de la época, los derechos de autor y, de nuevo,  arremete sobre El Quijote de Avellaneda,  de quién dice: "a cada puerco le llega su San Martín".

domingo, 8 de agosto de 2010

La novela de la vida: por Antonio Muñoz Molina




La novela de la vida


ANTONIO MUÑOZ MOLINA, BABELIA EL PAÍS  31/07/2010

 Podría seguir el hilo de mi vida si recordara las circunstancias de cada una de mis lecturas del Quijote, si tuviera a mano cada una de las ediciones en las que he ido leyéndolo. Me acuerdo del color amarillento y del tacto de la primera de todas, que estaba en mi casa por azar, junto a otros dos libros de aspecto rancio y con ilustraciones sombrías y por momentos pavorosas para una imaginación infantil: un Orlando Furioso ilustrado por Gustave Doré, una extraña novela que se titulaba Historia de un hombre contada por su esqueleto, de la que sólo recuerdo, aparte del título, una imagen de la que no podía apartar los ojos: una reunión de damas y caballeros en un salón del siglo XIX y, entre ellos, sentado en un sofá con las piernas cruzadas y sosteniendo un cigarrillo, un esqueleto humano. Casi no había otros libros en toda la casa. Hojearlos, mirar sus ilustraciones cuando aún no sabía leer, era adentrarse en esa penumbra de lejanía temporal que tenían los dormitorios y los armarios de los mayores cuando uno los exploraba en secreto, cuando abría cajones y levantaba tapas de baúles percibiendo olores como de otra época inexplicable, de las vidas que los adultos tenían cuando no estaban con nosotros, o más extrañamente aún, las que habían tenido antes de que nosotros naciéramos, según atestiguaban fotografías en las que nos costaba reconocerlos, de jóvenes que eran, y en las que a veces encontrábamos también las caras de esos desconocidos que eran los muertos.

En el 'Quijote' siempre es verano. Quizás por eso en el verano se disfruta más de su lectura, a la que yo he vuelto en un día como aquel que eligió el hidalgo para su primera salida

Con todo el peso de su erudición, que no le impide el disfrute gozoso de la literatura, el profesor Rico examina la novela como si estudiara al microscopio la textura de un lienzo

Así empecé a leer el Quijote, igual que leía cualquier cosa, aunque sean los papeles rotos de las calles, como dice Cervantes de sí mismo. La singularidad de su presencia, el enigma parcial de su origen, los graneros y desvanes de la casa campesina en los que me escondía para leer sin que nadie me molestara, formaban parte del atractivo de la lectura. El papel era áspero, amarillo por el paso del tiempo; en la portada había una fecha de edición que se me antojaba lejanísima, Casa Editorial Calleja, 1884. Siempre he asociado el tacto y el olor de aquel libro con el polvo picante que se levantaba de la trilla, con el del trigo recién almacenado en los graneros y la paja amarilla y seca en los pajares. El lenguaje altisonante de Don Quijote me parecía incomprensible, desde luego, pero el tono de la narración, la figura y el habla de Sancho, el vocabulario, los lugares, me resultaban muy cercanos, mucho más que los de los tebeos, las películas o las novelas de la radio, que eran los otros alimentos de mi imaginación. Yo conocía campesinos sentenciosos y rechonchos que iban montados en sus burros como dice Cervantes que iba Sancho, "como un patriarca". Los paisajes tórridos del verano en los que se recalienta la maltrecha armadura de Don Quijote se parecían mucho a los de mi tierra ya casi manchega; la sensación de oasis que da una umbría de álamos y el fresco de un arroyo o de una acequia eran los mismos en las veredas de las huertas por las que yo caminaba y en esas escenas de reposo y conversación que le gustaba tanto describir a Cervantes. Y también era idéntico el amor de los adultos por los refranes y las historias, que se contaban unas veces acompañando los trabajos del campo y otras durante el descanso para la comida, en verano a la sombra fragante de las higueras y los granados, en invierno junto al fuego, mientras llovía afuera y la tierra estaba demasiado embarrada para trabajar en ella.



Pero en el Quijote siempre es verano. Quizás por eso en el verano se disfruta más de su lectura, a la que yo he vuelto en un día como aquel que eligió el hidalgo demente para su primera salida, "que era uno de los calurosos del mes de julio". Leo desde el principio, a conciencia. Empiezo a leer como un experimento, queriendo limpiarme de ideas preconcebidas y de rutinas de lector, dispuesto a aceptar mis reacciones verdaderas ante cada página y cada línea, sin distracción ni reverencia, sin apresuramiento, con la atención y la lentitud necesarias, dispuesto a reconocer el tedio, si es que llega a presentarse, con esa actitud de honradez conmigo mismo sin la cual no hay lectura verdadera. Leería con un cuaderno y un lápiz a mano, si no fuera tan perezoso.



Al cabo de una semana el experimento se ha convertido en una ocupación gozosa que me llena las horas del día, que me mantiene en ese estado de lucidez ligeramente ebria que es también el que nos dan la música o la pintura cuando nos gustan mucho y las grandes caminatas y las buenas conversaciones con amigo del alma. En una época de presentismo atolondrado el Quijote puede parecer una antigualla, o peor todavía, un clásico, un monumento, una estatua a la que nadie se acerca. Pero es la novela más moderna, más original, más experimental que se ha escrito nunca, la más desvergonzada, la más llena de humanidad, de gente, de historias contadas en voz alta, imaginadas, leídas, de peripecias cómicas y reflexiones sobre la literatura, de ordinariez, de sutileza. Como Moby Dick, el Quijote es cada vez mucho más rara de lo que uno recordaba. Los detalles materiales tienen la precisión y el resplandor de los objetos en un cuadro de Caravaggio; pero la historia, el idioma en el que está escrita, se transforman casi en cada página, como si Cervantes hubiera querido abarcar todas las posibilidades de la facultad de contar y todas las hablas que caben en la lengua.



Por uno de esos azares inverosímiles que Cervantes no se tomaría la molestia de justificar me llega en plena lectura un libro de Francisco Rico, El texto del 'Quijote'. Con todo el peso de su erudición, que no le impide el disfrute pleno y gozoso de la literatura, como a tantos expertos, el profesor Rico examina la novela como si estudiara al microscopio la textura de un lienzo, el origen y la calidad de los pigmentos, los minuciosos procesos materiales sin los cuales no existiría una obra maestra. Y al revelar los caminos por los cuales el texto que leemos ha llegado hasta nosotros Francisco Rico nos hace más sensibles aún a la cualidad viva y urgente de la escritura del Quijote: "Un libro manifiesta y deliberadamente abierto, episódico, entreverado de núcleos que tuvieron o pudieron tener una vida previa más o menos independiente y que luego se integraron en un diseño mayor, al que por otro lado se fueron añadiendo todavía diversos complementos no previstos". Lo que Cervantes nos dio fue nada menos que la gran libertad de la novela, dice Rico: "El Quijote no se ha concebido con la trabazón y la linealidad de las obras impresas, sino con la libertad de una plática entre amigos, con los cambios de registro y los zigzagueos que conducen la conversación de un asunto a otro, de la sonrisa a la gravedad, de la noticia seria y la hipérbole a la mentira descarada".

Quién se atrevería a escribir hoy una novela así.


El texto del 'Quijote'. Francisco Rico. Destino. Barcelona, 2006. 568 páginas. 28 euros.

sábado, 7 de agosto de 2010

CAP 2.60 Los muchachos siempre fueron traviesos: también en Barcelona.

                        Dibujo de la entrada de don Quijote en Barcelona, de Gustave Doré

Para El Grupo de Lectura del Quijote, dirigido por el Profesor Pedro Ojeda desde La Acequia


No cesó la actividad en los tres días y tres noches en los cuales don Quijote y Sancho acompañaron a Roque Guinart. Si durante el día “unas veces huían sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién”, durante la noche jugaban a dormir de pie (e incluso, a ver quién duraba más a "la patita coja") para no hacerlo profundamente, mudando así el dormitorio telúrico de un lugar a otro. Y es que este tal Roque bandolero no se fiaba ni de la ropa que llevaba puesto

Usando “caminos deshusados, por atajos...”, y veredas de cabras, finalmente Roque y media docena de sus secuaces acompañaron a don Quijote y Sancho hasta la playa de Barcelona. Pudieron comprobar lo “ espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera”, que era el charco más grande que, hasta ese momento, ellos habían visto.

Y no fue casual el día de la llegada de nuestros personajes a la playa de Barcelona: la víspera del día de San Juan, en cuya noche, en aquella playa, se celebraba “fiestorro gorro”. Dado que, el otro día mencionado “historiador moderno”, había fastidiado a don Quijote la participación en la Justas de Zaragoza, ahora nuestro jovial hidalgo no estaba dispuesto a consentir que el aragonés anónimo  le privara de pasar una divertida Noche de San Juan (con sus carnes a la parrilla, posterior botellón saltando descalzo sobre las hogueras: que él no se iba a quemar, y si se quemara, estoicamente, no se quejaría)

Deja Roque a nuestra ilustre pareja en manos de un servidor suyo, para que ejerza con ellos (cual Merche: saludos) de guía turístico. El delegado de Roque da la bienvenida a don Quijote, no con los piropos de antaño “flor, nata y espuma...”, sino con otros más modernos e iluminadores “Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante “. Don Quijote agradece al bandolero-guía su ofrecimiento con esta acertada frase: “Si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija o parienta muy cercana de las del gran Roque” (Cervantes no ahorra halagos hacia Roque Guinart, cuya historia, parece le tiene fascinado).

Se adentran don Quijote y Sancho en Barcelona guiados por el guía mencionado. Es la primera vez que nuestra ilustre pareja pasean por una gran ciudad. Pero como gamberros hay en todas partes, algunos de ellos pusieron unas “aliagas” bajo la cola de Rocinante y el rucio, provocándoles un grandísimo escozor en sus respectivas posaderas. Aquellos pobres animales, que no habían sentido nunca aquel calor infernal en tan blando sitio, empezaron a dar mil saltos, y “corcovos”, hasta que dieron con sus jinetes en el suelo; para risa y disfrute de todos los viandantes.

Continúa Cervantes en la misma línea de humillar y ridiculizar, siempre que se presenta la ocasión, a don Quijote y Sancho. Quiere que El Quijote no sea sólo un libro para ilustrados, sino que el pueblo llano, sin estudios en su completa mayoría, disfrute y ría con sus aventuras y desventuras (sobretodo con las desventuras) a mandíbula batiente: a unos y a otros, a nadie dejaría indiferente.

Nota Revulsiva:

Nada de interés que destacar. Los caracoles ya se acabaron; ahora por lo visto, a estas alturas del estío, les sale un parásito gusano.

domingo, 1 de agosto de 2010

CAP 2.60 Roque Guinart: un sinvergüenza idolatrado

Para darnos cuenta de la repercusión mediática de estos bandoleros, basta con decir que Cervante dedica un par de capítulos a Roque Guinart ( Perot Rocaguinarda). Nuestro querido Quijote lo describe diciendo que ..."llevaba cuatro pistoletes en la cintura, que en esa tierra (Catalunya) llaman pedreñales”.

Era fresca la mañana “y apacible el día...” (Rosalía) en que don Quijote salió de la venta, preguntando antes cuál era el camino más derecho para ir a Barcelona: por llevarle la contraria al “historiador moderno” que profetizó su viaje antes de tiempo-

Varios días cabalgaron aburridos caballero y escudero en busca de la catalana ciudad; que cuando Cide Hamete, “parlanchín” empedernido, cierra el pico es porque no hay nada notorio que contar. Y al sexto, que no al bíblico séptimo, descansaron bajo unos genéricos árboles.

Sancho, como hubo merendado, se quedó “roque” (que no Roque, el de después) al instante; pero don Quijote, que poco o nada había comido, en vez de ponerse a contar ovejas, fijó sus pensamientos en su encantada y malograda Dulcinea: todo por culpa de aquel bellaco que a su lado dormía, “ pues a lo que creía, solos cinco azotes se había dado, número desigual y pequeño para los infinitos que le faltaban”. Con estos razonamientos llegó a la conclusión don Quijote de que, si Sancho no quería azotarse voluntariamente, debería ser él mismo el que zurrara a aquel sujeto pasivo que tenía por escudero: “pues la sustancia está en que los reciba, lleguen por do llegaren”.

Toma don Quijote las riendas de Rocinante para con ellas ruborizar las posaderas de Sancho, pero el escudero es de sueño frágil y despierta cuando su amo los greguescos intentaba bajar. Se entabla entre ellos desigual batalla, con el resultado previsto: de Sancho 1, don Quijote 0; la rodilla del escudero encima de los esmirriados pectorales de su amo. Firman la paz con la condición de que Sancho se azotará cuando le apetezca.

Se retira Sancho a dormir más alejado de su amo, por si le da de nuevo tentación de azotarle.
Pero, en estando Sancho en una arboleda buscando lecho, siente como unas botas y calzas le tocaban en la cabeza. Se asegura de que no son regalos en árboles gigantes de Navidad. Se estremece de miedo, grita a don Quijote, el valeroso,  para que venga a socorrerle (ya ha olvidado que hace un momento le tenía vencido bajo su rodilla). Llega don Quijote, analiza los racimos que cuelgan de aquellos árboles y tranquiliza con las siguientes palabras a su escudero: “No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees, sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona".

Es costumbre, según don Quijote, encontrar ahorcados por docenas en entrando en tierras catalanas. ¿Se cumple aquí el razonamiento “jesusnazariano” de: “por sus obras -o frutos- los conoceréis”? ¿A qué tipo de fricción responden estas ejecuciones masivas, y por qué es normal y frecuente encontrarlas en aquellas tierras? Sea como fuere, don Quijote ya sabe que está en las estribaciones de Barcelona.

Ensimismados con tan atípico y macabro panorama, nuestra entretenida pareja no se percata de que son rodeados por hasta cuarenta bandoleros, algunos de los cuales inspeccionan a fondo dentro de las alforjas y la maleta de Sancho con cuentas de aligerar su peso. Así como “escardarle” y mirarle hasta lo que subcutáneamente esconde..

En esto que llega el “masca” de la tribu, un tal Roque Guinart, joven de unos 34 años.Tío serio, fuerte y de tez morena. Manda a sus subordinados que dejen de incordiar a nuestros amigos. Don Quijote le reconoce y le adula: “No es mi tristeza -respondió don Quijote- haber caído en tu poder, ¡oh valeroso Roque, cuya fama no hay límites en la tierra que la encierren!".

Mientras platica Roque con don Quijote se acerca formando un gran tropel un jinete, que resulta ser “jineta”, o moza disfrazada de mancebo, la cual viene a pedir ayuda a Roque ya que, armada hasta los dientes -cuchillos, puñales, escopetas y pistolas- fue a un supuesto resarcimiento de su honra, matando a un joven de varios disparos. Por este motivo pide a Roque que la acompañe a huir a Francia y luego proteja a su padre de una posible venganza por parte de la familia de la víctima.

Don Quijote, que ve la oportunidad de adjudicarse un triunfo por socorrer a una menesterosa moza, comunica a la chica que él la ayudará. Sancho da fe de que su amo es especialista en recomponer matrimonios. Pero es Roque el que acompaña a la moza en esta misión. Don Quijote queda al margen, de rueda de repuesto; y no es necesaria su participación pues Roque es un bandolero muy especial: socorre, como don Quijote, a las viudas y menesterosas en general; roba, pero reparte también entre los robados parte del botín, agradeciendo ellos el noble gesto de no robarles del todo.

No sé los motivos por los que Cervantes adula a este generoso bandolero. Es posible que todo esté enfocado desde una perspectiva irónica, pero un revulsivo servidor no lo pilla.

Revulsiva Nota:


                     Playa desde la cual el profesor P.O.E. coordina los comentarios Quijotescos

Este comentario pertenece a la Red de Comentarios Quijotescos, que desde su blog La Acequia, coordina el profesor Pedro Ojeda Escudero

ÑIÑA QUE HABLÓ ANTE LA O.N.U.