Castigo de Dios (como le pasó a María de la O), pensó don Quijote que fue aquel porcino atropello; pues a un caballero andante vencido es normal se le presenten y padezca todas las desgracias de La Tierra y del empíreo.
CAP 2.68 Don Quijote, leña del árbol caído
(Enlaces en azul)
Comentario que pertenece a la Red de Comentarios Quijotescos dirigidos desde La Acequia por el profesor Pedro Ojeda Escudero
De “cerdosa aventura” califica Cide Hamete la que sucede en el presente capítulo.
Más apropiado sería declararla como “puerca desventura”, pues lo que sucedió a don Quijote no se le desea como maldición ni al peor enemigo. “Comido de lobos…” deseó don Quijote a Sancho por no azotar sus enjundiosas carnes; “atropellado de puercos” acabó don Quijote, que no es situación más benévola que la deseada a Sancho. ¿Por qué se ensaña Cervantes con su criatura? ¿Por qué quiere hacer leña del árbol caído?
“Era la noche algo escura...”, aunque había luna en el cielo, porque la señora Diana se había “pirao de botellón”, dado que la suavidad de la noche invitaba a pasarla de “fiestorro” con los otros crápulas demiurgos. Don Quijote durmió poco tiempo, y contemplaba cómo Sancho hacía vibrar los carrillos de la cara al expulsar las exhalaciones de sus ronquidos.
Don Quijote, no pudiendo soportar más aquellos soporíferos bramidos que producía Sancho al dormir, se decidió por despertarlo y darle el sermón de la, todavía no llegada, mañana: “Maravillado estoy, Sancho, de la libertad de tu condición: yo imagino que eres hecho de mármol, o de duro bronce, en quien no cabe movimiento ni sentimiento alguno. Yo velo cuando tú duermes, yo lloro cuando cantas, yo me desmayo de ayuno cuanto tú estás perezoso y desalentado de puro harto. De buenos criados es conllevar las penas de sus señores y sentir sus sentimientos, por el bien parecer siquiera. Mira la serenidad desta noche, la soledad en que estamos, que nos convida a entremeter alguna vigilia entre nuestro sueño. Levántate, por tu vida, y desvíate algún trecho de aquí, y con buen ánimo y denuedo agradecido date trecientos o cuatrocientos azotes a buena cuenta de los del desencanto de Dulcinea.
Llegándole a rogar incluso (reconversión innecesaria: Dulcinea-labradora más adecuada para el pastoreo que Dulcinea-pija de la jet):” y esto rogando te lo suplico, que no quiero venir contigo a los brazos, como la otra vez, porque sé que los tienes pesados
Un señor hidalgo, como don Quijote lo era, pidiendo mercedes a su sirviente. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Antaño, en la Primera Parte, el amo propinaba algún que otro palitrocazo y coscorrón a Sancho. Ahora reconoce la superioridad de los brazos de su exescudero (siendo él ahora excaballero andante), porque fue vencido de ellos comprobando que los tiene “pesados”.
Le reprocha don Quijote a Sancho que sea tan desagradecido , con la de favores que de él había recibido: “Por mí te has visto gobernador, y por mí te vees con esperanzas propincuas de ser conde, o tener otro título equivalente, y no tardará el cumplimiento de ellas más de cuanto tarde en pasar este año; que yo post tenebras spero luce” (Bonito “palabro” este de “propincua”)
Le responde Sancho que no entiende el latinajo; tras lo cual compone y trasmite una loa al sueño que deja perplejo al amo: “sólo entiendo que, en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita la hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia.” (la viva imagen de la muerte hemos visto todos, a veces, en quien duerme).
Ni don Quijote en sus mejores momentos de retórica oratoria, tal vez, no igualara la altura léxica y metafórica que Sancho aquí derrama. “No con quien naces, sino con quien paces”, añadió don Quijote, para anotarse un tanto y salir airoso del lance al que Sancho le había llevado.
“En esto estaban, cuando sintieron un sordo estruendo y un áspero ruido….” (yo diría sonoro o ensordecedor estruendo, que supongo quiere decir la expresión), cuando se les acercó una piara de más de seiscientos que a una feria de ganados llevaban a vender, arrollándolos y pisoteándolos desaforadamente, sin respetar la autoridad de don Quijote ni la sencillez de Sancho; que El Cerdo no respeta ni a nobles ni a plebeyos.
Castigo de Dios (como le pasó a María de la O), pensó don Quijote que fue aquel porcino atropello; pues a un caballero andante vencido es normal se le presenten y padezca todas las desgracias de La Tierra y del empíreo.
Finalmente fueron apresados amo y criado por una troupe que los condujo hacia un castillo conocido por ellos
Revulsiva Nota:
Llego tarde, pero lo importante es llegar