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sábado, 26 de diciembre de 2009

CAP. 2.29 DE DON QUIJOTE: "YO NO PUEDO MÁS"



                                                 Ilustración de José Guadalupe Posada
CAP 2.29

Este comentario pertenece a la Red de Comentarios Quijotescos, que desde su blog La Acequia dirige el, en estas fechas navideñas adepto al de Rute, nuestro querido profesor Pedro Ojeda Escudero.


Después que don Quijote hubo aplicado unas cataplasmas sobre los lomos apaleados de Sancho, por los ciudadanos del rebuzno (que no alcanzo a entender cómo estos rebuznadores no le nombraron Hermano mayor de la Cofradía Borriquera de la aldea del rebuzno: nadie lo hizo mejor que Sancho, que hizo temblar aquellos valles), abandonaron la alameda y estuvieron andurreando un par de días hasta que llegaron al río Ebro: “y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales”. (Sin un botecico siquiera de “Mistol” flotando en sus aguas)

Había en la orilla una pequeña embarcación atada a un árbol, y le entró ganas a don Quijote de subir en ella, quizás pensando que sería una góndola veneciana: tanto le habían cautivado aquellas aguas, que le pusieron “romanticón”. Pero no era góndola...,  sino que al parecer don Quijote buscaba allí algún caballero secuestrado por malandrines de diverso pelaje. Mandó a Sancho desmontar del rucio y atarlo junto a Rocinante en un sauce de la orilla: “Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él, y vaya en él a dar socorro a algún caballero, o a otra necesitada y principal persona, que debe de estar puesta en alguna grande cuita, porque éste es estilo de los libros de las historias caballerescas “.

Cervantes hace un remedo, con el asunto de la barca, del libro de Palmerín de Inglaterra (eso dice al menos Martín de Riquer. Que yo ese libro tan raro no lo he leído): Palmerín de Inglaterra
Ordena don Quijote a su escudero levar anclas, y de esta forma empiezan a navegar. Sancho le hace unas observaciones al amo:” quiero advertir a vuestra merced que a mí me parece que este tal barco no es de los encantados, sino de algunos pescadores deste río, porque en él se pescan las mejores sabogas del mundo.”

¡Pero bueno…!, ¿cuándo ha estado Sancho anteriormente en este río?, el “ tío” sabe de quién es el barco y la calidad del pescado que se “pesca”. Pues yo creo que hemos “pescado” a Cervantes en un desliz (aunque no amoroso, ya estaba viejillo).

Se van alejando de la orilla, y en esto que:  ” El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia. Y en esto, comenzó a llorar tan amargamente que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo:-¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue, o quién te acosa, ánimo de ratón casero?”

Sancho llora de nuevo –tiene el corazón de mantequilla-, nos ha salido llorón, como el sauce donde han dejado atados los equinos. La última vez fue cuando don Quijote le lía la “bulla” por lamentarse de su vida junto a él y sin cobrar un chavo.

Continúan el periplo por el río, y ahí que va don Quijote todo entusiasmado contándole a Sancho sus conocimientos de marinería: que si tuviera astrolabio le diría los cientos de millas que llevaban ya recorridos, que poco le faltaría para llegar a la línea equinoccial:
. “Mucho -replicó don Quijote-, porque de trecientos y sesenta grados que contiene el globo, del agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho. -Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo. (...)
y no te cures de otra, que tú no sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, clíticas, polos, solsticios, equinocios, -fol. 112v- planetas, signos, puntos, medidas, de que se compone la esfera celeste y terrestre.

Ahora es Cervantes el que despliega sus conocimientos marineros: no en balde estuvo buenas temporadas embarcado recorriendo esos mares de dios (recuerdo cómo Delibes hizo lo propio en el primer cap. del Hereje. Se le notó bien, al paisano de nuestro Profe, que hizo la mili en La Marina; pero, ¡qué “cansino” se puso!, menos mal que luego lo enmendó con rebaños de ovejas y herejes a la brasa)

Lo de la la línea equinoccial, dice don Quijote a Sancho, se nota porque se mueren los piojos que abrigas en tu cuerpo. Le manda que se toque para comprobar si le quedan piojos:
”Tentóse Sancho, y, llegando con la mano bonitamente y con tiento hacia la corva izquierda, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo: -O la experiencia es falsa, o no hemos llegado adonde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.
 -Pues ¿qué? -preguntó don Quijote-, ¿has topado algo? -¡Y aun algos! -respondió Sancho.
Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río,”.

Aquellos nidos de piojos en las corvas, y seguro que en otros sitios no especificados, demostraban a Sancho que su amo no llevaba razón. Que la barcaza aquella no era conducida por “Fernando Alonso”.

De repente, avista don Quijote en mitad del río una aceña (como donde nació El Lazarillo), la cual confunde con castillo o fortaleza. Se dirige directamente hacia ella para liberar a los posibles caballeros, dueños del barco en el que navega. Como los molineros, todo enharinados, les ven venir derechos a las ruedas del molino, agarran unas largas varas con las que pretenden frenar el navío ; lo frenan y lo vuelcan; y allá que van nuestros dos amigos “al agua patos”:
 “pero vínole bien a don Quijote, que sabía nadar como un ganso, aunque el peso de las armas le llevó al fondo dos veces; y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí había sido Troya para los dos.”

Finalmente, los pescadores, piden daños y perjuicios a don Quijote, quién no tiene problemas en pagar cincuenta reales por el destrozo del navío, aunque Sancho sí engurruñe el entrecejo, y le duele como si le arrancaran los cincuenta reales de los hígados. A este paso no quedaría ni un chavo para él, ¡ cualquiera aguantaría luego a su Teresa Cascajo!.

Don Quijote echa la culpa de su fracasada aventura, una vez más, a los encantadores. Se siente derrotado y sin fuerzas. Exhala una expresión que no es más que el eco de la que piensa, siente y sufre un resignado Cervantes,  por el deterioro de su arquitectura física, a la edad en que escribe este pasaje: YO NO PUEDO MÁS.

En los siguientes capítulos veremos cómo nuestro ilustre Hidalgo levanta los ánimos por derroteros nunca transitados..., y en casa de los Duques.

REVULSIVA NOTA

Ya se marchó en minino de mi post anterior y pude acabar (la siesta) el inventario y el 5º Espolón.
En breve os lo haré llegar a los asiduos. Si alguien más quiere que se lo remita a 0 Euros de costo que lo diga, y si no que calle para siempre.

¡Qué haría yo sin vosotros!!

QUE SIGA LA FIESTA

ÑIÑA QUE HABLÓ ANTE LA O.N.U.