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sábado, 10 de abril de 2010
COMENTARIO AL CAP. 2.44 DE DON QUIJOTE
"Basándome en estas ideas, no creo equivocarme mucho conjeturando que la inquina de Nabokov contra Cervantes proviene de una para él dolorosa certeza: la de que don Miguel se le adelantó en vislumbrar el gran tema de las relaciones de un hombre maduro con una nínfula. Aunque lo resolviese haciendo batirse en retirada a su caballero". (Ricardo Bada)
Este comentario pertenece a la Red de Comentarios Quijotescos que desde su blog La Acequia
dirige el que busca en el subsuelo Profesor Pedro Ojeda Escudero
La Marcha de Sancho y la Lolita de don Quijote
Inicia el manco complutense -presentándose como su alter ego: Cide Hamete- este capítulo regodeándose del éxito de ventas (pero con pocos ingresos por derechos de autor) y buena acogida entre los lectores de la primera parte de su libro. Asímismo justifica la inclusión de las novelas interpoladas del Curioso impertinente y la del Capitán cautivo, por parecerle que sin ellas le quedaba: ”esta historia tan seca y tan limitada como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho sin osar estenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos”. (Nota revulsiva intercalada: debería apagar el móvil mientras pienso y escribo este comentario. Acaba de llamar un cliente pidiendo pienso para los pollos, y esto me parece que no casa con El Quijote: ademas me desconcentra. Seguire mañana).
Llega el momento en que Sancho debe de partir a tomar el mando de la insula regalada por el duque. Le acompaña un mayordomo del noble de España, ducho en artes escénicas: y con esta cualidad se le reflejó a Sancho, ya que vio en él la misma representación, cara y voz de la Trifaldi. Comunica Sancho a don Quijote esta apreciación, a lo que el amo contesta que eso no es posible, puesto que “implicaría una contradicción muy grande”(memorable respuesta, sin duda). Concluyen esta confidencia diciendol el amo a su escudero que le tenga informado de cuanta anomalía viere y descubriere por la insula.
Por orden expresa del duque el rucio desfilaba detrás de Sancho en la comitiva que acompañaba al gobernador en ciernes. Iba el asno “de su alma” vestido con las mejores galas festivas que borrico de futuro gobernador pudiera lucir: “iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de seda y flamantes. Volvía Pancho la cabeza de cuando en cuando a mirar a su asno...”.
“Al despedirse de los duques, les besó las manos, y tomó la bendición de su señor, que se la dio con lágrimas, y Sancho la recibió con pucheritos”.
Estas lágrimas y pucheritos (lástima que no tengamos una foto del momento) barruntaban el derrumbe emocional de don Quijote: “Cuéntase, pues, que, apenas se hubo partido Sancho, cuando don Quijote sintió su soledad; y si le fuera posible revocarle la comisión y quitarle el gobierno, lo hiciera"
La duquesa, que se percató del estado anímico de subsuelo (esta semana el metro me recorre el cerebro, cosas de La Acequia) que invadia a don Quijote, le ofreció hasta cuatro doncellas de su servidumbre particular, las más curtidas de ellas en “curar melancolías” y síndromes postmarcha de escuderos.
Rehusó don Quijote tan “estrogenado” ofrecimiento, y pidiendo no ser molestado, se recluyó en su aposento: “De nuevo nuevas gracias dio don Quijote a la duquesa, y, en cenando, don Quijote se retiró en su aposento solo, sin consentir que nadie entrase con él a servirle: tanto se temía de encontrar ocasiones que le moviesen o forzasen a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba"
Sin duda, nuestro casto caballero, debía de tener auténtico pavor a caer en los “suaves” brazos de la lujuria: “la carne (aunque en él menos, por escasa) es débil”.
Ya más tranquilo en su estancia se dispone a desnudarse, y sucede que, al quitarse una media ésta se le agarra, tal vez a su pedestre uña de garra, con el catastrófico resultado de dos docenas de puntos soltados. Se lamenta nuestro “mediático” caballero de su mala fortuna, y de lo que tienen que padecer los pobres para no parecerlo.“Y prosiguió:«¡Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos! ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago!»"
Apagó don Quijote las velas e intentó dormirse en vano, pues hacía mucha calor; abre entonces una ventana que daba a un “florido pensil”, para refrescar la habitación, pero en vez de entrar aire fresco, entró el pecado disfrazado de voz de joven mujer. Fue, porque bajo la ventana se encontraban dos doncellitas en tertulia sobre sus incipientes amores. Altisidora, (que hacía poco tiempo que la visitó por primera vez el nuncio, según palabras de Max Estrella) jovenzuela de poco más de catorce años, recitó una canción expresando su amor por el Caballero de los Leones (ya que de Triste Figura ella no le veía nada), porque era un león o auténtica fiera sexual lo que ella reclamaba.
Cantó Altisidora su pasión en tonos burlescos. Don Quijote quejóse en su interior de ser perseguido amorosamente por todas las doncellas que encontraba, y juró en su corazón que a solo Dulcinea sería fiel.
Recoge Ricardo Bada en un pequeño estudio, enlace aqui, que la inquina que sentía Nabocov por don Quijote era debido a que le había robado la idea de Lolita con efectos retroactivos. O sea, casi cuatro siglos antes. Pobre Vladimiro.
Revulsiva Nota:
Insisto en que Pedro nos agasaje con la lectura en video del fragmento donde don Quijote se lamenta por ser pasto incesante de las llamas que sobre el vuelcan las damas que se cruzan en su camino:
"-¡Que tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore...! ¡Que tenga de ser tan corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso, que no la han de dejar a solas gozar de la incomparable firmeza mía...! ¿Qué la queréis, reinas? ¿A qué la perseguís, emperatrices? ¿Para qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma. Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfenique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar;"
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