Sancho acordonado entre dos grandes escudos: cual galápago luchador.
Cide Hamete, “filósofo mahomético” y escritor supuesto de esta verdadera historia, nos narra metafísica y humanamente lo que, desde en un principio, en el epígrafe de este sin par capítulo se nos advierte: “Del fatigado fin y remate que tuvo el gobierno de Sancho Panza”. Fugaz (y, sobre todo, muy frugal en las comidas), como la vida misma, fue el mandato -de tan solo una semana- de Sancho en la Ínsula. Reflexiona cervantes sobre esta insolidaridad de la vida para con los que la vivimos, y no encontrando consuelo o columna donde agarrarse, alarga la imaginación hasta el más allá; ya estaba viejuno el hombre cuando esto escribía, quizás por ello se agarra a un clavo ardiendo, que es arriesgar e invertir en una parcela de una improbable vida futura: “la ligereza e instabilidad de la vida presente, y de la duración de la eterna que se espera”. Valga el gobierno de Sancho para que sirva de comparación a este pensamiento.
Los fingidos súbditos de Sancho en la isla, maquinan una estratagema para que, después de ella, el escudero reconvertido en gobernador, ponga los pies en polvorosa. Mucho tiempo soportaba ya Sancho las vilezas de sus insulanos y aunque ellos y sus amos los duques se lo pasaban en grande, pensaron finalmente en largarlo del ducado con la broma más cruel posible. Si don Quijote pensaba, en el capítulo anterior, que era menester ya marcharse de aquel castillo –por la vida ociosa decía él-, ahora será Sancho el que quiera huir de las garras de los duques y su camarilla de bellacos. Ha de sufrir aún para ello, Sancho: “a despecho y pesar de la hambre, le comenzaba a cerrar los párpados, oyó tan gran ruido de campanas y de voces, que no parecía sino que toda la ínsula se hundía. Sentóse en la cama, y estuvo atento y escuchando, por ver si daba en la cuenta de lo que podía ser la causa de tan grande alboroto; pero no sólo no lo supo, pero, añadiéndose al ruido de voces y campanas el de infinitas trompetas y atambores, quedó más confuso y lleno de temor y espanto”
Eran sus “amados” súbditos que fingían un brutal asalto a la ínsula por parte de un ejército enemigo. Le piden que tome las armas y los lidere en la defensa del imperio insular. Sancho quiere escurrir el bulto y recurre a don Quijote y su sabiduría en el campo de batalla, pero los suyos no le dejan respirar: “Y al momento le trujeron dos paveses, que venían proveídos dellos, y le pusieron encima de la camisa, sin dejarle tomar otro vestido, un pavés delante y otro detrás, y, por unas concavidades que traían hechas, le sacaron los brazos, y le liaron muy bien con unos cordeles, de modo que quedó emparedado y entablado, derecho como un huso, sin poder doblar las rodillas ni menearse un solo paso. Pusiéronle en las manos una lanza, a la cual se arrimó para poder tenerse en pie”.
Sancho quedó como una tortuga en su caparazón, sólo podía meter y sacar la cabeza. Apagaron la luz y empujaron a Sancho, dando de narices en el suelo. Posteriormente simulan el ruido de un gran fragor de batalla. Pisotean a Sancho y le dan de palos y cuchilladas en sus escudos: “que si él no se recogiera y encogiera, metiendo la cabeza entre los paveses, lo pasara muy mal el pobre gobernador, el cual, en aquella estrecheza recogido, sudaba y trasudaba, y de todo corazón se encomendaba a Dios que de aquel peligro le sacase.”
Finalmente, sus vasallos gritan victoria, poniendo fin a la farsa falsa contienda. Desatan al Sancho resudado de los paveses y le ofrecen lo que el enemigo abandonó en su huída. Pero él no pide más que un poco de vino y ver a su rucio. Las dos cosas le traen. Primero bebe el vino y posteriormente –y no por estar borracho- abraza a su rucio y lo besa en la frente (¡esto sí es amor verdadero, no el de sus lacayos!):” Venid vos acá, compañero mío y amigo mío, y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenía con vos y no tenía otros pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vuestros aparejos y de sustentar vuestro corpezuelo, dichosas eran mis horas, mis días y mis años; pero, después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos.” (No es menor esta prosa poética, que declama Sancho a su rucio, que la que escribiera el poeta de Moguer a Platero)
Sancho quiere presentar su dimisión irrevocable al gobierno de la isla, ha de hacerlo ante los duques. El Dr. Pedro Recio quiere disuadirle, le promete más comida en adelante y menos juicios. Ya es tarde, Sancho quiere abandonar aquel territorio rápidamente y reunirse con don Quijote.
Sancho se despide de sus insulanos abrazándoles con lágrimas en los ojos. ¡Qué gran persona es Sancho!.
Este comentario pertenece a la Red de Comentarios Quijotescos que desde su blog La Acequia coordina el activo profesor Pedro Ojeda Escudero.
Nota Revulsiva:
Definitivamnte El Quijote es terapéutico. Hace dos horas que he iniciado la escritura de este comentario con dolor de cabeza. Ahora que lo concluyo y está presto a publicar, la cabeza está despejada y lista para ingerir más cerveza -sin alcohol- y una cazuela de caracoles.
13 comentarios:
Como se entere Sancho de que te va a tomar unas cañitas acompañadas de caracolillos azuza al rucio pa' tu tierra en un abrir y cerrar de ojos. ¡Con el hambre que le han hecho pasar al "probe" y la paliza que lleva en el cuerpo!
Si te aparece hazme el favor de tratarlo con mimo, que se lo tiene bien ganado. Sí, claro, tu también.
Buen provecho.
Besos
Una semana en la ínsula Barataria es mucha semana, que se lo pregunten a Sancho. No soporta tanto frenesí, menos cuando ya le faltan al respeto de la manera que lo hicieron, acorazándole y pasándole por encima.
Su renuncia a la gloria de la victoria, convierte su fracaso de militar en éxito. El abandono de su antigua ambición le convierte en más humano; Cervantes le cede protagonismo en uno de los momentos más emocionantes de la novela, junto a la cabeza sumisa de su burro.
Después del trabajo quijoteril, no viene mal una cazuela de caracoles.
No sé de dónde sacará el superprofe el tiempo para publicar tanto.
Un abrazo
Ante todo mi querido Antonio Aguilera ¡recibí su "Espolón"! y gracias por la dedicatoria interior en el mismo. Entre desembalaje de caja y caja voy leyendo los diferentes artículos.
Ahora bien, lo que nos concierne de este capítulo es que Sancho ya se ha largado de esa ínsula BARATA no barataria. ¡Menos mal! Pobre, yo ya no podía más con tanto sufrimiento... Besotes quijotescos, M.
Ay! cañitas acompañadas de caracolillos.
Eso me puede.
Buena como siempre , antonio!!!
Sancho al menos probó sus alas. ahora tú prueba los caracoles con cerveza, ¿van con papas fritas tambien?.... ¿no estarás en Bélgica?
Este capítulo, extrapolando mucho si me permites,me suena a tantos seres humanos que emigran del campo a la ciudad, o de un continente a otro continente, en busca del "dorado" de los goces y beneficios de una "isla de Barataria" propia fuera del entorno y la cultura q le vio nacer.
Falsas promesas q siembran gente de mala catadura para burlarse y/o sacar provecho de seres inocentes, como hicieron con al pobre de Sancho. Aunque no todos se percatan o acaban convenciéndose de q lo mejor es volver al lugar de origen para retomar una vida tranquila. O lo mismo sí se dan cuenta, pero ya es tarde para ellos.
las palabras de Sancho a su rucio son emotivas y líricas por costales. Es verdad lo q dices, Antonio: "No es menor esta prosa poética, que declama Sancho a su rucio, que la que escribiera el poeta de Moguer a Platero"
un abrazo
Eso mismo hice anoche...comer unos caracolillos y cabrillas con "heineken"..es lo que toca...!ya era hora de que Sancho espabilase¡¡¡¡¡
En efecto, este capítulo vuelve a incidir en la bondad natural de Sancho...
En cuanto a las virtudes terapéuticas de esta lectura, doy fe.
Espero que los caracoles te hayan aprovechado, querido amigo.
¡Un abrazo y feliz semana, amigo!
Sancho habla a su rucio como Juan Ramón Jiménez a su Platero. Con qué cariño lo hace, qué feliz era cuando no tenía más preocupación que cuidar sus aparejos y su "corpezuelo".
Lo del Quijote como anlagésico, no lo conocía. Ácido acetilquijotídico, Quijotezamol, Quijoteprozeno, etc.
Un abrazo
Sancho en siete días creó una escuela de buen hacer y humildad, por cierto, sin provecho alguno, ya dice el refrán " cria cuervos y .... ¡tendras muchos!
Un abrazo
Tan irónico y acertado como siempre.
Un abrazo
Te deseo un feliz Domingo, Antonio.. sigo leyendo , en silencio..
Un beso.
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