
CAP. (2) 12
Les cogió la noche a don Quijote y Sancho, después del encuentro con los comediantes, por un camino donde se hallaron unos “altos y sombrosos árboles”: allí se apalancaron amo y señor. (Lo que no entiendo es lo de “sombrosos árboles”, si era de noche,¿ cómo iban a dar sombra? . Tal vez se refiera a asombrosos árboles, porque la sombra de noche como que no hace falta). Pues allí consiguió Sancho que su señor comiera alguna vianda de las que traía en el Rucio: no hay forma de engordar a este hidalgo.
Empieza Sancho a echar cuentas de las recompensas que su amo ha de darle por sus servicios, y considera que lo más acertado es quedarse con las tres potrillas, fruto del parto del trío de yeguas que su señor poseía, “más vale pájaro en mano que buitre volando”…..Y, además, podría poner imagen real a sus continuos sueños de tener ganadería propia. Cosa no factible si hubiesen sido potros antes que potras, puesto que a los varones equinos no se les está permitida la adopción como a los humanos.
Después explica don Quijote a su seguro servidor, cómo las comedias representan al mundo tal cual es: “ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes”. Y que al final de la obra, que es la vida, “y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales”. De esta forma la muerte iguala a pontífices y emperadores: que posiblemente, también leyera don Cervantes en “Las coplas a la muerte de su padre” de J. Manrique, y se expresara de muy parecida manera.
Sancho compara la vida, y por lo tanto la puesta en escena de las compañías de teatro, con el juego del ajedrez, donde cada pieza desempeña su función. Pero que, en acabada la partida, todas las piezas van de cabeza a la misma bolsa. La muerte siempre vence e iguala….que dijera nuestro tutor don Ojeda.
Queda maravillado don Quijote con la respuesta de Sancho, con el juego de ajedrez como ejemplo para representar el paso por la vida de los dañinos humanos: “Cada día, Sancho -dijo don Quijote- te vas haciendo menos simple y más discreto”. A lo que Sancho replicó: “…algo se me ha de pegar de la discreción de vuestra merced; que las tierras que son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas, vienen a dar buenos frutos”. He aquí que ya don Quijote tiene el primer discípulo de su Escuela, y se trata nada menos (y nada más) que de su escudero Sancho. El primero de una “serie infinita” (como los acontecimientos después de la muerte de Beatriz Viterbo, que dijera Borges en El Aleph) que aún perdura en nuestros días, de novelistas deudores de aquella primera magna (y única) obra que escribió Cervantes. (Luego a principios del s. XX vino Joyce con “Ulisses”, de quien dicen, que creó una Escuela similar. Ya la leeremos…).
Una vez que ya nuestra graciosa pareja se hubo echado el pito al bolsillo, se acomodaron bajo las encinas para planchar un poco la oreja. Mientras tanto, Rocinante y el Rucio, que ya habían entablado fecunda amistad, en vez de planchar las orejas, como sus respectivos amos, se dedicaron a rascárselas (erógeno juego) y a practicar el roce de cuello (¡quién no tuviera el cuello un poco más largo!). Más, encontrándose las dos parejas en estos orejiles acontecimientos, don Quijote, que había dejado libre el pabellón de la oreja derecha, percibió el ruido de unos cascos de otro par de bestias que se le acercaban. Escuchó como uno de los jinetes, que debería ir cargado de chatarra, pegó en el suelo con gran estruendo metálico. Tras lo cual, el caballero de la chatarra, que por lo visto se llamaba del Bosque, se dispuso a recitar un dolorido poema de amor; algunos versos finales decían:
“A prueba de contrarios estoy hecho,
De blanda cera y de diamante duro,
Y a las leyes del amor el alma ajusto.”
Por la pena amorosa que expresan, a este lector se le vinieron a la memoria, unos del “Rayo que no cesa” de Miguel Hernández. Con permiso, y disculpad si algo me falla la memoria:
“Estos huesos tengo hechos a las penas,
Y a las cavilaciones estas sienes;
Pena que vas, pena que vienes
Como el mar de la playa a las arenas”.
Constatamos cómo don Cervantes hace la primera inclusión poética (en verso, porque en prosa hay muchísima) de la Segunda Parte del Quijote. Lleva la lírica incrustada, también, en los huesos.
Finaliza el cap. con unos sabrosos diálogos a dos bandas: caballeros por un lado, y escuderos por otro; hoy se presentan unos a otros y se preguntan cómo están de enamorados etc.
La semana que viene en el cap.(2) 13, veremos algunas desavenencias entre ellos.